lunes, 6 de febrero de 2012

Sin Santidad nadie verá al Señor

Sin Santidad nadie verá al Señor

Sin Santidad nadie verá al Señor
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04 de Febrero del 2012
Hna. Matilde Ortiz de Roman
"Hay muchos que reclaman cristianismo y piedad pero solo en la Iglesia o en cosas relacionadas con la religión. Pero a espaldas de ellas son tan libertinos, pervertidos y mundanos como el que más.
Caín fue tan religioso como Abel (...) No había diferencia en la apariencia, pero sí la había en la actitud..."

Santidad, palabraque desagrada al diablo, al desconocedor de Dios y a los cristianos ajenos a la realidad de una experiencia salvadora. Santidad- que suena a ridiculez, estrechez y extremismo al cristiano libertino y mundano. Santidad – que es mirada con menosprecio por el hombre que ama más los deleites y placeres que ha Dios. Pero que en el sentido claro y definido de la Biblia se relaciona con Dios, con el Cielo y con lo sublime. Santo, en el sentido de perfección absoluta solo lo es Dios. Santas tienen que ser aquellas cosas, fines y medios que se relacionen con Él. Santo, tiene que ser el hombre que reclame su paternidad. “Sin santidad nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).

Hay muchos que reclaman cristianismo y piedad pero solo en la Iglesia o en cosas relacionadas con la religión. Pero a espaldas de ellas son tan libertinos, pervertidos y mundanos como el que más. Caín fue tan religioso como Abel. Él también trajo una ofrenda a Dios. No había diferencia en la apariencia, pero sí la había en la actitud y disposición del corazón.

Ante el ojo humano los dos eran dos buenos religiosos; ante el ojo divino Caín era del maligno, Abel fue el santo que encabezó la gran nube de testigos que forman la lista de héroes de la fe del capítulo 11 de Hebreos. Y dice: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (Hebreos 11:4).

Caín odió a Abel por su santidad, consagración y justicia. Porque la santidad, pureza y limpieza donde quiera que éstas se hallen son un desafío abierto al mal, mostrando que la gracia y la misericordia de Dios es suficiente para hacernos vencedores sobre el pecado. Y este desafío despierta el odio y venganza de aquellos que dominados por el mal no saben lo que es vivir vidas santas y victoriosas en Dios. Juan en su primera epístola escribe: “No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece” (1 Juan 3:12-13).

He ahí la razón de por qué muchos sienten pánico a la santidad. Porque significa romper sin componendas, sin alianzas, sin treguas con el diablo, el mundo y la carne. Porque significa crucificar nuestro yo, hasta reducirlo a un segundo plano y colocar a Cristo sobre un trono alto y sublime en el templo de nuestro corazón y proclamarle: “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos, toda mi vida está llena de tu gloria”, porque implica vivir sobre las circunstancias, ambiente y gente que nos rodea. Porque requiere profundidad de convicciones, creencia arraigada, valor puesto a prueba, renunciamiento completo: y eso, hermanos míos, solo se consigue cuando el creyente tiene una experiencia real, personal y definida de un Cristo Salvador y Santificador. Cuando es un indagador sincero de la Biblia y un devoto de la oración. Jamás habrá santidad donde no hay devoción para la Biblia y la oración. “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mateo 7:24).

El cristiano santo vence el mal con el bien, las tinieblas con la luz. El cristiano mediocre, porque no tiene convicciones ni experiencia propia, se compromete, se mezcla, se corrompe. Jamás tiene valor para decir un NO rotundo a la tentación. Obedece como un autómata a los deseos de la carne yendo a parar con los muchos que siguen la senda ancha y espacios de la perdición. Luego tratan de encubrir sus deslices carnales con la filosofía diabólica y barata de: “pero hágase todo decentemente y con orden” (1 Corintios 14:40). Cuando Pablo escribió esto, se refería al uso que gobierna los dones del Espíritu Santo, y no a tomar unos traguitos de licor; fumar unos cigarrillos, maquillarse con más o menos moderación, acudir al cine de vez en cuando, guardar rencores en el corazón. NO. Pero el diablo odia y aborrece la santidad e inspira ese mismo odio a los hombres y aun en los cristianos. Por qué crucificaron a Cristo, cuando aún el mismo Pilato confesó: “Yo no hallo delito en este hombre”. Cuando el pueblo testificaba: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”

¿Por qué sin piedad flagelaron su carne de pureza filial con el látigo, coronaron sus augustas sienes con espinas, taladraron sus virtuosas manos con los clavos, desgarraron sus bienhechores pies con el madero, y abrieron su amoroso pecho con una impía lanza? ¿Por qué cometió el hombre tan terrible villanía? Por la misma razón que Caín mató a Abel, que Herodías pidió la cabeza del Bautista; que apedrearon a Esteban; que apuñalaron a Santiago; que crucificaron a Pedro; que Nerón cercenó la cabeza de San Pablo y que la Roma imperial arrojó los cristianos a las fieras y a la hoguera.

Por la misma razón que una iglesia con pretensiones de única y escogida por Dios, pero libertina e impía en el Concilio de Constanza prendió fuego a Juan Huss atado a un poste en la plaza pública. Por la misma razón alquilaron a matones mercenarios para que asesinaran a Lutero a mansalva la noche antes de presentarse a la Dieta de Worms. Por la misma razón que Juan Bunyan languideció en una hedionda y corrupta prisión, privado del amor de los suyos, especialmente de su hijita ciega donde añoró con ansias abrazarla, pero impedido por los barrotes de aquella inmunda celda; y por la misma razón que Tyndale titiritando desde un calabozo de Inglaterra escribió suplicando a un inhumano comisario en un crudo invierno: “Si vuestra señoría me permitiese tener de mis pertenencias que vos retenéis, una polainas, una camisa de lana y un gorro para calentar mi cabeza”.

¿Por qué el que se dispone a servir en santidad de cuerpo, alma y espíritu padece sin razón aparente? Porque “la luz vino al mundo, y los hombre amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:19-20).

Pero a despecho de todo eso hay un llamamiento de Dios al cristiano a la separación. “Así que, hermanos os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestro cuerpo en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Romanos 12:1). “Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:17-18).

Si hermano, el llamamiento más grande que Dios ha hecho es a ser Santos: No es lo que se ostente o se aparente ser. Es lo que se viva y se practique.

“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoque el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19).

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