viernes, 13 de abril de 2012

¿Cómo andas de orgullo y soberbia?…


“Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas”. 
(Mateo 6:15) 
Miguel y Fernando eran dos excelentes amigos; no obstante en cierta  ocasión se enojaron, tomando cada quien rumbos distintos.
Un día cualquiera, luego de 10 años, de tal separación, Miguel se encontró en la calle con la madre de Fernando; la saludó y le preguntó por él. De inmediato los ojos de la señora se llenaron de lágrimas al confesarle  que Fernando  había fallecido. ¿La causa?… pues le habían diagnosticado una enfermedad complicada, cuyo tratamiento se basaba en  recibir durante 3 meses, una transfusión mensual de sangre. Ella había estado buscando donadores, pero  su hijo había insistido en  que de la única persona que recibiría sangre sería de su amigo Miguel. No obstante se negó a que lo busquen,  confiando en que cualquier momento, superado el resentimiento,  el propio Miguel iría a la casa  como en los viejos tiempos.
Y así habían pasado meses de larga e inútil espera, hasta que previo a la agonía Fernando recomendó a su madre que si alguna vez Miguel decidía visitarla, le entregue una nota escrita, que decía: “Querido amigo, sabía que vendrías; tardaste un poco, pero no importa, lo que cuenta es que por fin lograste romper tu orgullo y tu promesa de nunca perdonarme por lo que alguna vez te hice, y de lo cual me arrepentí.  En todo caso,  ahora  voy a  otro sitio, a un lugar celestial. Allí podremos encontrarnos, aunque esta vez sí espero que tardes mucho en llegar. Te quiere tu amigo por siempre: Fernando”.
¿Cuántas veces hemos prometido no absolver a quien nos ha hecho daño: vecino, amigo, compañero de trabajo, de  estudio,  familiar, etc. permitiendo que el resentimiento se instale para siempre en nuestro interior? Y sin embargo al momento de la oración, cuántas veces  hemos repetido el consabido: “y perdónanos nuestras deudas, así como   también nosotros perdonamos a nuestros deudores….”
Amigo, amiga, no permitas que  el orgullo, la vanidad, el capricho o  la soberbia, se apoderen de tu corazón y te roben el privilegio de perdonar y las bendiciones que ello trae consigo.
La Sagrada Escritura en Efesios 4:31-32 nos exhorta así: Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”. 

Ve hoy mismo y ponte a cuentas con tu prójimo; mañana, al pie de su tumba, será demasiado tarde; ninguna flor o lágrima  será suficiente.

Autor: William Brayanes

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