martes, 10 de enero de 2012

Una vida nueva

Una vida nueva

En “Resurrección”, la última de sus tres grandes novelas, León Tolstói aborda el difícil proceso de conversión que todo hombre debe atravesar para encontrar a Dios. Ambientada en los convulsos años finales del siglo XIX, la obra retrata también la sociedad rusa y expone los preceptos centrales del cristianismo.

Nejludov habría querido olvidar, no ver; pero ya no le era posible no ver. Aunque no viese la fuente de la luz que le revelaba su saber, como no veía la fuente de la luz esparcida sobre San Petersburgo, y aunque esta claridad le pareciese vaga, triste, ficticia, sin embargo le era imposible no darse cuenta de lo que le revelaba aquella luz, y sentía al mismo tiempo inquietud y gozo”.

Esta frase, extraída de la obra “Resurrección” nos introduce en una conmovedora historia que relata la vida de Dimitri Nejludov, un joven ruso perteneciente a una familia adinerada; pero con un inmenso vacío en su corazón y un sinfín de interrogantes que albergaba en lo más hondo de su ser. Este libro, sin duda, emergió de las profundidades de una sociedad que se vio bruscamente afectada por las ideas modernistas que marcaron el fin del S. XIX y el inicio de una nueva época en Rusia. Y es por medio de la literatura, que León Tolstói, el autor, buscó inculcar en la juventud de aquella era, los valores y la fe cristiana que se vieron en peligro de extinción. Este célebre novelista, considerado como uno de los más grandes literatos de occidente y de la literatura universal, en sus últimos años de vida y tras varias crisis espirituales, entregó su vida a Dios y se dedicó por entero a criticar a las instituciones eclesiásticas, lo que provocó su excomunión de la iglesia tradicional; sin embargo, fue “Resurrección”, su último libro, el reflejo de su estremecedora vida y un vivo testimonio de su encuentro con Dios.

En el siguiente párrafo, el lector podrá apreciar la impactante e irrefutable conversión del protagonista. Asimismo, se evidencia en esta escena la agobiante necesidad del joven ruso por acercarse a Dios y volver a sentir la paz que hacía muchos años se había esfumado de su alma. Es por ello, que esta transcendental obra lleva por nombre “Resurrección”, porque tanto para Tolstói como para Nejludov, estas líneas marcaron un punto y aparte en sus vidas.

Se detuvo, juntó las manos como hacía en su infancia, elevó los ojos y dijo:

-¡Señor, ven en mi ayuda, instrúyeme, penetra en mí para purificarme!

Oraba. Pedía a Dios que penetrara en él para purificarlo; y ese milagro, pedido en su oración, se había, sin embargo, cumplido ya en él. Dios, viviendo en su conciencia, había vuelto a tomar posesión de ella. Y no solamente sentía Nejludov la libertad, la bondad, la alegría de la vida; sentía también la fuerza del bien. Tenía los ojos bañados en lágrimas. Buenas, en tanto que lágrimas de felicidad, nacidas del despertar del ser moral dormido en él desde hacía años.

Se ahogaba. Avanzó y abrió la ventana que daba al jardín. La noche era fresca, blanca de luna. Y Nejludov contemplaba el jardín, lleno de una dulce luz argentada, y escuchaba y aspiraba el soplo vivificante de la noche.

-¡Qué hermoso es todo! ¡Qué hermoso es todo, Dios mío! -decía.

San Petersburgo, la segunda ciudad más importante de Rusia, donde se desarrolló la trama de esta magnífica obra, es considerada, como muchas otras ciudades alrededor del mundo, un lugar que lleva el sello de la Iglesia tradicional. Así pues, Tolstói nos relata cómo el pueblo ruso vivía ajeno a Dios, y habitaba cerca a las imágenes y dioses gentiles.

Desde luego, el culto rendido a todos esos íconos de Ileria, de Kazán, Smolensko, es una idolatría de las más groseras, pero a la gente le gusta eso, cree en ellos, y por eso es preciso alimentar esas supersticiones.

Así pensaba Toporov, sin caer en la cuenta de que la gente ama las supersticiones precisamente porque siempre hubo y hay aún hombres crueles como él, Toporov, que, instruidos, emplean sus luces no para ayudar al pueblo a salir de las tinieblas de la ignorancia, sino, al contrario, para hundirlo mejor en ellas.

Por esta razón, el protagonista buscaba desesperadamente un encuentro con su Creador, una muestra contundente de la existencia de Dios, y de su reino celestial. Nejludov se refugió en las sagradas escrituras para encontrar respuestas que sólo la Biblia podía contestar. Y de esta manera, saciar su sedienta alma que pedía a gritos un manantial de agua viva donde sumergir sus aflicciones.

Después del Sermón de la montaña, que siempre lo había conmovido, leyó por primera vez aquella noche, mandamientos simples, claros, prácticamente realizables. Estos mandamientos eran en número de cinco:

El primer mandamiento (San Mateo, 5:21-26) enseña al hombre que no solamente no debe matar a su hermano, sino también que no debe irritarse contra él, ni considerar a nadie como estando por debajo de él, y que, si se querella con alguien, debe reconciliarse con él antes de hacer a Dios alguna ofrenda, es decir, antes de orar.

El segundo mandamiento (San Mateo, 5:27-32) enseña al hombre que no solamente no debe cometer adulterio, sino abstenerse también de desear la belleza de la mujer; y que debe, una vez unido a una mujer, no traicionarla nunca.

El tercer mandamiento (San Mateo, 5:33-37) prohíbe al hombre prometer lo que quiera que sea por juramento.

El cuarto mandamiento (San Mateo, 5:38-42) prescribe al hombre no solamente no devolver ojo por ojo, sino también, después de haber sido golpeado en una mejilla, ofrecer la otra; perdonar las ofensas, y soportarlas con resignación.

El quinto mandamiento (San Mateo, 5:43-48) no solamente prohíbe odiar al enemigo, sino que prescribe también amarlo, acudir en su ayuda y servirlo.

Nejludov clavó su mirada en la luz de la lámpara y permaneció inmóvil. Recordó toda la bajeza de nuestra vida y se imaginó con claridad lo que ella podría ser si los hombres fuesen educados en estos preceptos, y un entusiasmo que hacía mucho tiempo que no experimentaba invadió su alma.

Por otro lado, Nejludov había cometido muchos errores en el andar de su vida pagana. Vivió su juventud de espaldas a Dios y esto lo llevó a quebrantar los preceptos y la fe cristiana. Y uno de sus mayores pecados, que trajo consigo innumerables consecuencias, fue el mantener relaciones prematrimoniales con una muchacha que trabaja para sus tías. Esto dejó una marca imborrable en Katucha Maslova, la joven empleada, quien después de ser expulsada de la residencia de las parientes del joven ruso, y saber que dentro de ella crecía una vida, se dedicó a una vida plagada de transgresiones.

«Va a pasar otro tren: tirarme debajo y todo habrá acabado», pensaba Katucha. Iba a poner en ejecución ese proyecto, cuando, en un momento de calma, su hijo, el niño que llevaba en su ser, se había estremecido de pronto, chocando contra las paredes de su vientre. Inmediatamente, toda su desesperación desapareció. Todo lo que unos momentos antes la había angustiado, el sentimiento de la vida que se le había hecho imposible, su odio hacia Nejludov, su deseo de vengarse de él mediante el suicidio, todo eso se había desvanecido. Y desde aquel día se había producido en ella aquel trastorno de su alma que la llevó a aquello en que se había convertido. En aquella noche terrible había dejado de creer en Dios. Hasta entonces había creído en Dios y en el bien; pero aquella noche se dijo que no había Dios. Aquel hombre al que ella amaba, que la había amado, ella lo sabía, la había abandonado y pisoteado sus sentimientos.

Por último, Tosltói nos deja una patente reflexión expresada por medio del protagonista. La vida del joven ruso se vio marcada por una infinidad de situaciones, su interminable búsqueda de Dios, la sociedad en la que se desarrolló, la necesidad de remediar sus errores y su inútil intento por compensar todo el dolor que había causado en aquella adolescente ilusionada. Y todo esto, hizo que Nejludov comenzara a ver el mundo con otros ojos, con ojos espirituales.

«Es lo que hacemos nosotros - pensaba Nejludov -. Vivimos en esta seguridad insensata de que somos nosotros mismos los dueños de nuestra vida y que nos es dada únicamente para gozar de ella. Sin embargo, eso es un evidente desatino. Si somos enviados aquí, es gracias a una voluntad cualquiera y con un fin fijado. Nos imaginamos que vivimos para nuestra propia alegría, y si nos encontramos mal es porque, como los viñadores, no cumplimos la voluntad del dueño. Ahora bien, la voluntad del dueño está expresada en estos mandamientos. Que los hombres sigan solamente esta doctrina, y el reino de Dios se establecerá sobre la tierra, y los hombres podrán adquirir la mayor felicidad que les es accesible.»

«Buscar el reino de Dios y su verdad, y el resto os será dado por añadidura.»

«Pero nosotros buscamos el resto y no lo encontramos.»

«¡He aquí, pues, la obra de mi vida! ¡Una acaba, la otra comienza! »

Desde aquella noche empezó para Nejludov una vida nueva y no tanto desde el punto de vista de las condiciones de vida diferentes con que se rodeó, sino porque todo lo que le ocurriría en lo sucesivo tendría para él una significación muy distinta que en el pasado.

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